Por Franco Cerutti

### La Radiografía de la Clase Media según el INEC: Crónica desde el Bar La Sele

En el Bar La Sele, allá en las alturas brumosas de Alajuelita, donde el humo de los casados se mezcla con el de los Imperiales y el televisor siempre está sintonizado en un partido de la Liga que ya nadie recuerda quién ganó, entró Don Pepito “El Chiquitico” una mañana de diciembre con el periódico bajo el brazo como si llevara la bomba atómica.

— ¡Don Chalo! —gritó, agitando el diario como una bandera de rendición—. ¡Aquí dice que para ser clase media en Costa Rica hay que ganar un millón doscientos mil colones al mes por hogar! ¡Un millón doscientos mil! ¡Eso es más que lo que factura este bar en un mes bueno, cuando viene el combo de la iglesia evangélica!

Don Chalo, detrás de la barra limpiando un vaso que ya estaba más limpio que la conciencia de un político en campaña, levantó una ceja.

— Chiquitico, vos siempre exagerás. Dame acá ese periódico. A ver… “Encuesta INEC revela radiografía… un hogar necesita ingresos mensuales de ₡1,2 millones para clasificar como clase media… brecha económica…”

Doña Mary, que llevaba cincuenta años sirviendo casados sin quejarse (excepto cuando se quejaba), salió de la cocina con una bandeja humeante.

— ¿Un millón doscientos mil? ¡Ay, Dios mío! Entonces nosotros qué somos, ¿clase baja-baja o clase prehistórica? Porque aquí lo que entra son propinas de taxistas piratas y lo que deja Don Roderico cuando gana la tómbola.

Don Roderico, cliente fijo desde que inventaron el guaro Cacique, soltó una carcajada que hizo temblar los vasos.

— ¡Clase media! Ja. Yo pensé que clase media era tener carro sin que te lo remolquen por falta de marcha, y poder pagar el casado sin pedir fiado hasta el otro viernes. Según eso, yo soy clase fósil. ¡Filemón, vos que sos taxista pirata, decime: vos llevaste a Laura Chinchilla al aeropuerto, ¿ella era clase media o ya clase alta?

Don Filemón, que estaba en la esquina contando historias que nadie le creía pero todos escuchaban por costumbre, se acomodó la gorra imaginaria.

— Mire, Don Roderico, yo llevé a Laura Chinchilla al aeropuerto en el 2012, y ella iba en clase ejecutiva. Pero eso era antes. Ahora, con esta encuesta del INEC, para ser clase media hay que ganar lo que gana un diputado… o sea, nadie en este bar califica. Ni siquiera Don Chalo, que tiene el monopolio de la cerveza fría en todo Alajuelita.

Entró entonces Don Beto, el vecino que vende lotería y siempre llega con noticias más frescas que el periódico, seguido de su primo Tío Memo, que dice ser economista porque una vez leyó la contraportada de un libro de Adam Smith.

— ¡Oíganme bien! —bramó Don Beto—. El INEC dice que el ingreso promedio es un millón doscientos nueve mil, pero para clase media necesitas exactamente un millón doscientos mil. ¡Es una trampa! Es como decir que para ser alto hay que medir un metro ochenta, pero si medís un metro setenta y nueve eres enano profesional.

Tío Memo, ajustándose los lentes que no tenía, intervino con tono doctoral:

— No, no, compañeros. Es una radiografía. Los quintiles. El segundo, tercero y cuarto quintil son clase media. O sea, entre quinientos sesenta mil y dos millones ochocientos mil. Pero el punto es la brecha. ¡La brecha! Aquí en Alajuelita la brecha es tan grande que cabe el volcán Irazú entero.

Don Pepito “El Chiquitico” se subió a una silla, como si fuera a dar un discurso presidencial.

— ¡Entonces propongo! ¡Propongo que declaremos el Bar La Sele zona libre de clases sociales! Aquí todos somos clase casado: gallo pinto, huevo, plátano maduro y tortilla. ¡Y punto! ¿Quién necesita un millón doscientos mil si con doscientos mil comprás un casado de Doña Mary y sos feliz?

Doña Mary sonrió por primera vez en el día.

— Y si traés un millón doscientos mil, te sirvo dos casados. Pero fiado, ni así.

Don Chalo levantó su vaso.

— ¡Brindemos, pues! Por la clase media del INEC… que vive en Escazú y nunca viene a Alajuelita a tomar una fría.

Y todos brindaron, porque en el Bar La Sele, la única clase que importa es la que entra por la puerta con ganas de conversar tonterías, pagar la cuenta y dejar propina suficiente para que Doña Mary siga sirviendo casados otros cincuenta años más.

Aunque, según la encuesta, eso ya los haría clase alta en espíritu. O algo así.