Por Franco Cerutti

### El desafuero del Presidente, según crónicas del Bar La Sele, Alajuelita, 24 de noviembre de 2025

Eran las once y pico de la mañana y en el Bar La Sele ya se había formado el tribunal popular más serio de Centroamérica. Afuera lloviznaba esa lluvia fina que parece que no moja pero te deja como si hubieras llorado tres días seguidos. Adentro, el televisor LG de 32 pulgadas (con la esquina rota desde la final del 98) transmitía el noticiero. El titular era gigante: “Congreso cita a Rodrigo Chaves a desafuero”.

Don Chalo, detrás del mostrador, limpiaba el mismo vaso desde hacía media hora. No porque estuviera sucio, sino porque así disimulaba que se le había caído el alma al suelo.

—Doña Mary —dijo con voz de entierro—, traéme un casado sin frijoles, que hoy no hay estómago para revoluciones.

Doña Mary, que lleva cincuenta años sirviendo casados y cuarenta y nueve escuchando pendejadas, respondió sin voltear:

—Si quito los frijoles, quito la patria, Chalo. Come o revienta.

En la mesa del fondo, Don Pepito “El Chiquitico”, cronista oficial del bar y único hombre en Alajuelita que usa corbata los lunes, ya había desplegado su libreta de apuntes (una libreta de colegio con carátula de Los Transformers que le regaló su nieto en 1987).

—Esto es histórico —anunció—, voy a titularlo: “El día que casi nos quedamos sin Presidente, pero nos quedamos sin cerveza”.

Don Roderico, que siempre llega con el mismo suéter verde desde 1994, levantó la mano como si estuviera en la escuela:

—Yo digo que lo desaforan, lo meten preso y después lo nombran técnico de la Sele. Total, los dos trabajos son lo mismo: perder y echarle la culpa al otro.

Se hizo un silencio tan grande que se oyó el hielo derritiéndose en el congelador.

De repente entró Don Filemón, el taxista pirata, empapado, con la camisa abierta hasta el ombligo y el olor a colonia barata que espanta hasta las moscas.

—¡Yo lo llevé a él! —gritó sin saludar—. A Chaves. Al aeropuerto. En el 2021. Me dijo: “Filemón, acelerá que voy a salvar al país”. Y yo le dije: “Presidente, con todo respeto, primero pague los 28 mil colones que me debe Laura Chinchilla desde el 2014”.

Doña Mary soltó la carcajada y casi se le cae la olla de picadillo.

—Filemón, vos sos el único hombre que le cobra a dos presidentes distintos la misma carrera.

En eso llegó Don Beto, el carnicero de la esquina, con el delantal todavía manchado de sangre de res.

—Miren, yo no entiendo de política —dijo mientras se sentaba—, pero si lo desaforan, ¿quién me va a firmar el permiso para vender chorizo sin factura? Porque Hacienda ya me tiene en la mira y yo no tengo tiempo de aprender a leer.

El Chiquitico levantó la pluma como si fuera espada:

—Esa es la pregunta del millón, Beto. Sin Presidente, ¿quién firma los decretos? ¿El vice? ¿El perro Bernie? ¿O nos toca a nosotros, el pueblo, firmar con el dedo mojado en salsa Lizano?

Don Roderico pidió la palabra otra vez:

—Propongo que lo desaforen pero que lo dejen seguir mandando por WhatsApp. Total, ya todo el mundo gobierna por WhatsApp. Yo mismo le mandé un audio al alcalde de Alajuelita pidiéndole que arreglara la calle y me dejó en visto tres meses.

Doña Mary puso un plato de casado enfrente de Don Chalo y le clavó el tenedor como si fuera bayoneta:

—Comé, Chalo, que si desaforan al Presidente, al menos que no desaforen a mi marido de la vida.

En el televisor, un diputado con corbata roja gritaba que era “persecución política”. Otro diputado con corbata azul gritaba que era “justicia histórica”. Los dos parecían estar leyendo el mismo libreto pero en idiomas distintos.

Don Filemón pidió una Imperial y sentenció:

—Miren, yo lo único que sé es que si lo desaforan, el dólar sube, la gasolina sube, el casado sube y yo voy a tener que seguir llevando fantasmas al aeropuerto.

El Chiquitico cerró su libreta con solemnidad:

—Señores, hoy 24 de noviembre de 2025, queda registrado en los anales del Bar La Sele que el país casi se queda sin Presidente… pero nunca se quedará sin casado de Doña Mary.

Todos levantaron sus vasos. Incluso el televisor pareció brindar.

Y así, entre lluvia, humo de cigarro y olor a frijoles refritos, Costa Rica siguió girando, como siempre: medio desafuerada, pero entera.