Por Franco Cerutti
### El Gordo que se quedó en casa
En el Bar La Sele, allá en las alturas de Alajuelita donde el viento sopla fuerte y las ilusiones bajan rodando como piedras sueltas, la mañana del 16 de diciembre amaneció con un silencio raro. No era el silencio de los domingos de resaca, ni el de las derrotas de la Liga. Era un silencio de luto lotero.
Don Chalo, el dueño, estaba detrás del mostrador limpiando vasos que ya estaban limpios desde ayer. Doña Mary, con sus cincuenta años sirviendo casados sin quejarse (aunque todos sabían que se quejaba en silencio cada vez que alguien pedía extra pico de gallo), colocaba platos con una lentitud de funeral.
Don Roderico llegó primero, como siempre, con el periódico doblado bajo el brazo y la cara más larga que la cola para comprar lotería en diciembre.
—Buenos días, don Chalo. Un café negro, por favor. Negro como mi suerte.
Don Chalo sirvió sin decir palabra. Luego entró Don Filemón, el taxista pirata, que juraba haber llevado a Laura Chinchilla al aeropuerto el día que se fue del poder, y que por eso sabía todos los secretos del país.
—Oíste, Chalo, ¿es cierto lo que dicen? ¿Que el Gordo… no se vendió?
Doña Mary soltó un suspiro que parecía venir desde 1975.
—Así es, Filemón. El 78 con la serie 714. Ocho mil millones de colones que se quedaron ahí, mirando el techo de la Junta de Protección Social, sin dueño. Como un tamal olvidado en Navidad.
En eso apareció El Chiquitico, el cronista oficial del Bar La Sele. Bajito, con bigote eterno y una libreta donde anotaba todo: goles imaginarios, deudas pendientes y profecías que nunca se cumplían. Se subió a su taburete habitual, el que tenía que reforzar con dos cojines para llegar al mostrador.
—Señores —anunció con voz de locutor de radio antigua—, hoy es un día histórico. Por primera vez en la historia de Costa Rica, el Gordo Navideño ha decidido quedarse virgen. ¡No se vendió! La JPS lo puso en línea, bonito, disponible, como una novia en Tinder, y nadie le dio swipe a la derecha.
Don Roderico soltó una carcajada amarga.
—¿Y qué pasa con la plata? ¿Se la quedan ellos?
—No, no —intervino Don Filemón, bajando la voz como si revelara el paradero de un tesoro—. Yo que llevé a Laura Chinchilla, sé cómo funcionan estas cosas. La plata va para los pobres, para los asilos, para la Cruz Roja… O sea, para nosotros mismos, pero en otro lado.
El Chiquitico anotó en su libreta: “El Gordo se volvió socialista”.
De repente entró Don Bernal, un cliente secundario que nadie recordaba cómo se llamaba hasta que hablaba de su primo que trabaja en la JPS.
—Miren, yo sé la verdad verdadera. El número estaba ahí, en la página web, brillando. Pero la gente prefirió comprar el 00, el 13, el de la Virgen… Nadie quiso el 78. ¡El 78! Un número feo, con siete que parece una pierna rota y ocho que parece dos bolas de billar apiladas. ¿Quién va a comprar eso?
Doña Mary negó con la cabeza.
—Pobre Gordo. Ocho mil millones solito. Imagínense: la plata ahí, contando los días, esperando que alguien la reclame. Y nada. Ahora va a programas sociales. Qué ironía: el premio más gordo de la historia engorda a los que ya engordan causas nobles.
Don Roderico pidió otra imperial.
—Y nosotros aquí, con el casado de siempre. Yo compré el 77 y el 79. ¡Casi! Me tocaron las aproximaciones: dos mil colones. Con eso pago el bus de regreso.
El Chiquitico levantó su café como brindis.
—Brindemos, entonces, por el Gordo ausente. El único millonario que decidió no aparecer en Navidad. Quizás estaba cansado de tanto nuevo rico comprando camionetas blindadas y yates que no saben manejar. Quizás pensó: “Mejor me quedo quieto, que esta plata sirva para algo que no sea otro divorcio millonario”.
Don Filemón agregó:
—O quizás el sistema en línea falló. Yo que llevé a Laura…
—Cállese ya con Laura Chinchilla, Filemón —cortó Doña Mary—. Ella ya no vuela por estos lados.
Todos rieron, una risa triste, de barrio. Afuera, Alajuelita seguía su vida: buses subiendo la cuesta, niños jugando fútbol con una pelota medio desinflada, vendedores gritando lotería que ya no valía nada.
Y en el Bar La Sele, por primera vez, nadie pidió replay del sorteo. Porque esta vez, el verdadero ganador fue el nadie. El gran ausente. El Gordo que prefirió quedarse en casa, calentito, sin tener que posar para fotos ni explicar de dónde sacó para el Lamborghini.
El Chiquitico cerró su libreta.
—Fin de la crónica —dijo—. Título: “El día que la suerte se fue de vacaciones”.
Y todos asintieron, pidiendo otro casado. Porque al final, en Alajuelita, lo único que nunca falta es hambre de algo mejor. Aunque esta vez, el algo mejor se quedó durmiendo en la JPS.

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