Por Franco Cerutti

En el Bar La Sele de Alajuelita, donde el aire huele a casados eternos y a promesas electorales que se evaporan como el vapor de una olla de olla de carne, Don Pepito «El Chiquitico» entró esa mañana de Navidad con el periódico bajo el brazo, como si fuera un mapa del tesoro escondido en las encuestas. Era el cronista oficial, un hombrecito de bigote torcido que medía lo justo para alcanzar el mostrador sin subirse a un banquito, y que juraba haber visto a Pelé jugar en el estadio de la Sabana disfrazado de árbitro. «¡Atención, tropa de soñadores! ¡Laura Fernández va volando alto, como un gallo en patineta!», proclamó, desplegando el diario sobre la barra pegajosa.

Don Chalo, el dueño, un tipo con barriga de barril de guaro y ojos que habían visto más resacas que reformas fiscales, levantó la vista de su tarea eterna: pulir vasos con un trapo que parecía haber limpiado el piso de la Asamblea Legislativa. «¿Laura quién? ¿La del Pueblo Soberano? Ah, sí, la que promete soberanía para el pueblo y un cafecito gratis para los soberanos como nosotros. ¿Y qué dice la encuesta esa, Pepito? ¿Que va a ganar en primera ronda con un 39,45%? Ja, eso es como decir que mi bar va a ganar el premio al más limpio de Alajuelita. ¡Doña Mary, sírvele un casado a este iluso!»

Doña Mary, la eterna guardiana de los casados, con cincuenta años sirviendo platos que podrían alimentar a un ejército de candidatos perdedores, emergió de la cocina como una aparición mariana, pero con delantal manchado de arroz y yuca. «Ay, Chalo, no seas tan amargo. Si Laura gana, tal vez nos regale una carretera nueva para que los clientes no lleguen con los zapatos llenos de barro. O mejor, un subsidio para casados presidenciales. ¡Filemón, vos que llevaste a Laura Chinchilla al aeropuerto, decime si esta Laura es pariente o qué!»

Don Filemón, el taxista pirata que juraba haber transportado a presidentes, ex presidentes y hasta a un fantasma de Figueres en su taxi sin placas, sorbió su café negro como el futuro de la oposición. «¡Claro que la llevé! Fue en el 2010, o tal vez en el 2020, los años se me confunden como las promesas electorales. Laura Chinchilla iba con una maleta llena de decretos y me dijo: ‘Filemón, acelera, que la política es como tu taxi, siempre a punto de chocar’. Esta Laura Fernández debe ser su prima lejana, la que en vez de decretos lleva encuestas. 39,45%, dice Opol Consultores. ¿Opol? Suena a pollo asado. Si ella gana en primera ronda, yo la llevo gratis al Palacio Presidencial, pero solo si me da un permiso para taxis piratas con aire acondicionado.»

Don Roderico, el cliente fijo que ocupaba la misma silla desde que el bar abrió en tiempos de la Colonia (o al menos eso decía), intervino con su voz de radio antigua, masticando un chicharrón que crujía como un pacto político roto. «¡Pura vida, muchachos! Esa encuesta es un truco de mago. 39,45%… sumen los decimales y verán que da 18, el número de la suerte en la lotería. Laura va a ganar porque el Pueblo Soberano es como nosotros: soberanos en el bar, pero con la cuenta pendiente. ¿Y si pierde? Bueno, siempre podemos votar por el fantasma de Calderón, que al menos no promete nada.»

De repente, entró Tío Beto, un vecino que coleccionaba gorras de campañas fallidas y que nadie invitaba pero siempre aparecía, como un impuesto sorpresa. «¡Escuchen, compas! Yo vi a Laura en la tele, con esa sonrisa de quien sabe que el 39,45% es casi el 40, y el 40 es como el 50 en matemáticas ticas. Si acaricia la victoria en primera ronda, es porque las otras rondas están celosas. ¡Doña Mary, un casado con extra de soberanía!»

El bar estalló en risas absurdas, mientras Don Pepito anotaba todo en su libretita raída, cronista fiel de las locuras. «Esto va para el archivo del Bar La Sele: Laura Fernández, la que vuela sobre encuestas como un drone en carnaval. Si gana, brindamos con guaro soberano. Si pierde, culpamos a los decimales.» Y así, en Alajuelita, la política se convertía en un casado más: caliente, revuelto y eternamente servido por Doña Mary.