Por Franco Cerutti

Lo que sigue no pretende ser un manifiesto político, ni una defensa apasionada del gobierno, ni un panfleto antigringo disfrazado de humor. Aquí no hay banderas, solo botellas de Imperial y humo de cigarro viejo. Este texto es simplemente la conversación que cualquiera podría escuchar cualquier tarde en cualquier bar de barrio costarricense, exagerada hasta el borde del delirio, como si Stefano Benni hubiera tomado guaro en vez de grappa. Ni acuerdo ni desacuerdo: pura sátira tica, servida con hielo y una rodaja de limón de ironía. Salud, y que nadie se tome en serio lo que aquí se dice, porque si lo hace… ya perdió.
¡Ay, don Chaves, qué partidazo nos están jugando en Washington!
Imagínense la escena: en un bar de San José, el clásico de toda la vida, con mesas de formica, olor a Imperial fría y un televisor que todavía cree que estamos en el Mundial del 94. Ahí estamos, cinco parroquianos, dos café con leche, un guaro con clamato y el Chino que ya va por la cuarta cerveza porque “la vida es corta, carajo”. De repente entra el Tío Luis, que trabaja en Migración y siempre sabe todo antes que La Nación.
—Muchaaaachos… acabo de ver la lista. ¡Revocaron la visa al presidente de la Asamblea y al magistrado Fuller!
Silencio. Hasta el ventilador de techo pareció frenar de la impresión.
Don Marvin, que lleva treinta años diciendo que “este país se va al carajo desde que quitaron el servicio militar obligatorio”, soltó la bomba:
—¿Entonces ya no pueden ir a Disney? ¿Ni al outlet de Sawgrass? ¡Eso sí es una violación a los derechos humanos, coño!
El Chino, filósofo de cantina, levantó el dedo índice como si fuera Aristóteles con resaca:
—Es que los gringos son así, vos. Primero te invitan a su casa, te dan hamburguesa, te dejan pagar con tarjeta y después… ¡pum!, te cancelan la visa porque no les gusta cómo manejás tu propio circo. ¿Quién se creen? ¿La mamá de todos nosotros?
El Tío Luis, que ya iba por el segundo guaro, empezó a imitar la voz del congresista estadounidense que pidió explicaciones:
—“We are deeply concerned about the democratic backsliding in Costa Rica…” ¡Profundamente preocupados, dice! Mira vos, si tanto les preocupa la democracia, ¿por qué no empiezan por la suya, que cada cuatro años eligen entre un abuelo que se pierde en el pasillo y otro que tuitea en mayúscula?
Todos reímos, pero con esa risa tica que siempre lleva un poquito de llanto atrás.
Entonces habló doña Carmen, la dueña del bar, que normalmente no opina de política porque “al final todos son la misma mierda con corbata distinta”. Pero esta vez se le salió el alma:
—O sea, explíquenme: ¿el gringo ese va a venir a decirnos quién puede y quién no puede entrar a su país porque no le gusta que aquí estemos peleando como gatos boca arriba? ¿Y cuándo fue la última vez que alguien en Washington preguntó si nosotros estamos “profundamente preocupados” porque ellos tienen tiroteos en las escuelas cada martes?
Silencio otra vez. Hasta la cucaracha que vive detrás del refrigerador se detuvo a escuchar.
Yo, que soy el callado del grupo pero que siempre termino pagando la cuenta, me atreví:
—Mirá, la cosa es sencilla. Allá tienen miedo de que si dejan al presidente de la Asamblea sin visa, este se quede aquí y siga mandando. Y si lo dejan con visa… se va a Miami y deja de joder. Es un jaque mate diplomático. Los gringos inventaron el ajedrez sin mover las piezas.
El Chino se levantó, tambaleante pero inspirado:
—¡Entonces brindemos, muchá! Brindemos porque por primera vez en la historia un país nos castiga… ¡por tener demasiada democracia! ¡Por pelearnos en el Congreso en vez de pegarnos un tiro en la cabeza como gente civilizada!
Todos alzamos los vasos. Hasta don Marvin, que odia brindar porque “eso es cosa de mariquitas”.
Y mientras chocábamos las botellas, doña Carmen soltó la frase que resume todo:
—Total, que al final ni el magistrado va a poder comprar sus camisas en Tommy Hilfiger… y nosotros seguimos aquí, pagando marchamo y viendo cómo nos mean encima y nos dicen que es lluvia.
Salud, Costa Rica. Salud por seguir siendo el patio trasero más divertido del imperio.
Salga con las compras.
Conecte el carro.
Se quede acampando en el estacionamiento un par de horas mirando el techo mientras carga, para finalmente irse.
Me parece una estrategia de marketing fascinante: El castigo por comprar es tener que esperar.
Así que me fui con mi dinero y mi carro a Multiplaza donde la lógica es lineal y el tiempo avanza hacia adelante.
Señores de Plaza América: Un cargador de carros es para que el cliente consuma mientras carga, no para retenerlo como rehén después de consumir. Ojalá le den una vuelta a esa política, porque por ahora, se llevan el Premio Nobel a la Absurdidad Logística 2025.