Por Franco Cerutti

La Megaprisión de la Patria.
(Edición especial desde el Bar La Sele, Alajuelita, 25 de noviembre de 2025).
En el Bar La Sele, donde la tele nunca cambia de canal porque el control remoto lleva perdido desde la final del 98, el ambiente estaba más caliente que un casado de Doña Mary a las 11:59 de la mañana.
Don Chalo, que tiene la cara como mapa de ciclovías fallidas, golpeó la barra con la botella de Cacique vacío:
—¡Atención, señores! ¡Noticias de última hora! ¡El gobierno va a construir una megaprisión como la de Nayib Bukele! ¡Capacidad para treinta mil almas! ¡Adiós delincuencia, hola turismo carcelario!
Don Pepito “El Chiquitico”, cronista oficial del bar y poseedor de un cuaderno donde anota hasta los pedos de los clientes, levantó la cabeza del vaso de chiliguaro como si le hubieran dicho que la Sele clasificó al Mundial.
—¿Treinta mil? —preguntó con los ojos como dos platos de arroz con pollo—. ¡Pero si en Alajuelita sola cabemos treinta y cinco mil un sábado de quincena!
Don Roderico, que lleva veinte años diciendo que “ya casi” le pagan la pensión reducida, soltó la frase del día:
—Perfecto. Así meten a todos los que deben en el bar y me dejan la mesa libre de una vez.
Doña Mary, que en cincuenta años de servir casados nunca ha sonreído (ni siquiera el día que le tocó el Lotto), apareció desde la cocina con el delantal más negro que la conciencia de un exministro:
—Y yo qué, ¿voy a tener que mandarles casado a los presos también? Porque si es así, que me paguen por adelantado, que esos no salen nunca.
En eso llegó Don Filemón, el taxista pirata, bajándose del carro que dice “Libre” aunque siempre está ocupado consigo mismo.
—¡Yo llevé a Laura Chinchilla al aeropuerto cuando se enteró de la megaprisión! —gritó sin que nadie le preguntara—. ¡Lloraba! ¡Decía que con eso ya no iba a necesitar volver nunca!
Don Chiquitico anotó en su cuaderno: “Filemón miente otra vez. Laura Chinchilla vive en Washington desde hace rato y no vuelve ni por los tamales de Navidad”.
De repente entró Don Beto el Loco, que vende números de lotería y cree que el 69 es su número de la suerte porque “es el único que se para firme”.
—¡Ya sé cómo se va a llamar la prisión! —gritó—. ¡La Terraba Plus Ultra! ¡Con celdas VIP para los que robaron poquito y celdas economy para los que robaron mucho!
Don Chalo sirvió otro giro de chiliguaro y filosofó:
—Miren, yo lo único que pido es que pongan la prisión cerca del bar. Así los familiares vienen a visitar, se toman una fría y me dejan la propina. Negocio redondo.
Doña Mary, sin inmutarse, soltó la bomba:
—Además, ya tengo el menú: casado penitenciario. Arroz, frijoles, plátano maduro y una chayota que sabe a arrepentimiento.
Don Roderico levantó la mano como alumno de primaria:
—¿Y si meten a los que deben fiado? Porque yo conozco a uno que debe desde que Figueres era presidente… el otro Figueres.
Don Chiquitico cerró el cuaderno con solemnidad de notario:
—Señores, la historia avanza. Pronto Alajuelita tendrá dos atractivos turísticos: el mirador de la Cruz y la Megaprisión La Selección Nacional de Delincuentes. Ya estoy vendiendo camisetas: “Mi papá fue a la Terraba Plus Ultra y solo me trajo una foto con tatuajes”.
Don Filemón, que nunca se queda callado, remató:
—Y yo voy a hacer tours. Cien colones la vuelta, doscientos si quieren selfie con un narco arrepentido.
Doña Mary limpió la barra con el trapo que tiene más historia que el país y sentenció:
—Mientras paguen, que vengan narcos, exministros, cuñados, suegras y hasta los que piden salsa de más. Aquí todos son bienvenidos… siempre y cuando no pidan fiado.
Y así, entre chiliguaros y casados, Alajuelita se preparó para recibir la nueva maravilla nacional: una prisión tan grande que hasta los que están afuera van a sentirse presos… de la curiosidad.
Fin.
(Brindis obligatorio con guaro Cacique. Salud, don Nayib).