Por Franco Cerutti

En el Bar La Sele de Alajuelita, ese jueves por la tarde la televisión estaba más alta que nunca, porque apareció Juan Diego Castro, con la camisa bien planchada y esa cara de “ya me cansé de verlos hacer el ridículo”, anunciando que se lanza de diputado con Compatriotas.cr.

El bar entero se quedó callado… pero de la emoción. Hasta las cucarachas se pararon firmes.

Don Chalo, que lleva treinta años limpiando el mismo vaso, lo soltó de una vez y gritó:

—¡Por fin alguien que habla como hombre y no como comercial de shampoo!

Doña Mary, que venía con doce casados humeando (ocho de pollo y cuatro “pa’ los que llegan tarde”), casi se le caen de la alegría:

—¡Este sí me gusta! ¡Dice que va a poner orden! ¡Por fin alguien que le va a decir a esos vagos de Cuesta de Moras que se corten el pelo y se pongan a trabajar!

El Chiquitico, cronista oficial y poeta del barrio, abrió su cuaderno con manos temblorosas y escribió con letra de oro:

“Crónica del día que Alajuelita encontró a su héroe con corbata roja. Capítulo 1: Llegó el que sí tiene pantalones.”

Don Roderico, que lee Facebook como quien lee la Biblia, empezó a vocear las publicaciones de Juan Diego como si fueran goles:

—“¡Costa Rica necesita gente que no le tenga miedo a nada ni a nadie!”

Don Filemón, el taxista pirata, pegó un brinco que casi tumba la mesa:

—¡Ese es mi hermano aunque no me conozca! ¡Yo lo llevo a la Asamblea en el taxi, y si hace falta le pongo luces de patrulla pa’ que lo respeten!

Entró Don Beto el carnicero, todavía con sangre en el delantal pero con lágrimas en los ojos:

—¿Escucharon lo último? ¡Dijo que va a limpiar la Asamblea con cloro y voluntad! ¡Ese cloro es el mío, muchachos! ¡Yo se lo regalo por caja!

Doña Fefa, la de Avon y los mejores chismes buenos, llegó corriendo:

—¡Acaba de poner una foto con la bandera gigante y escribió “Voy a defender a mi gente como león herido”! ¡Ay, yo ya le puse “me encanta” y “fuerza mi rey”!

El Chiquitico siguió escribiendo a toda velocidad:

“Y el león herido se llama Juan Diego Castro y viene con colmillos afilados y sin miedo a los burócratas que duermen la siesta en curul de cuero.”

Don Roderico leyó otra publicación en voz alta:

—“No vengo a calentar asiento, vengo a poner la casa en orden.”

Don Chalo alzó su Imperial como si fuera copa de campeón:

—¡Por Juan Diego, que habla clarito y no anda con rodeos de político barato!

Doña Mary, por primera vez en cincuenta años, sonrió de oreja a oreja mientras servía:

—Si este hombre llega, yo le hago casado todos los días. ¡Gratis! ¡Con extra picadillo y plátano maduro pa’ que tenga fuerza!

Don Filemón ya estaba calculando:

—Le pongo un letrero al taxi que diga “Transporte oficial del futuro diputado Castro”. ¡Y le cobro solo la mitad, porque el hombre vale oro!

El Chiquitico cerró el cuaderno, se paró en la silla y proclamó:

—Queridos parroquianos del Bar La Sele: hoy nace una esperanza con apellido Castro. Y si Alajuelita lo apoya, ¡hasta las piedras van a votar por él!

Todos alzaron las botellas al mismo tiempo. Hasta el ventilador pareció girar más rápido de pura emoción.

Y Don Chalo, con la voz quebrada de orgullo tico, sentenció:

—Que Dios bendiga a Juan Diego… y que le dé curul bien alta pa’ que nos vea a todos desde arriba y nos saque del hueco este de una vez.

Y en el Bar La Sele, por primera vez en mucho tiempo, nadie pidió fiado.

Porque cuando llega un hombre que promete orden con cojones, hasta el casado sabe más rico y la Imperial se siente más fría.

¡Arriba Juan Diego, carajo!
Alajuelita ya tiene gallo… y este sí canta claro y fuerte. ¡Pura vida!