Por Franco Cerutti

### En el Bar La Sele, Alajuelita, 1° de diciembre de 2025, 9:17 a.m.

El sol entra por la puerta como un árbitro que llega tarde y ya pita falta. En la tele, el canal 7 repite por décima vez la foto de don José Figueres Ferrer rompiendo la espada contra la pared del Cuartel Bellavista en 1948. Debajo, el cintillo dice: “77 años sin ejército”.

Don Chalo, dueño del bar y especialista en servir imperiales con la misma lentitud con que el Estado paga los aguinaldos, se seca el sudor con un trapo que alguna vez fue blanco.

—Setenta y siete años sin ejército —dice, como quien anuncia que se le acabó el cilantro—. Y todavía hay gente que se despierta temprano para pelear con el vecino por el parqueo.

Don Pepito “El Chiquitico”, cronista oficial del Bar La Sele y único hombre capaz de escribir titulares en servilletas, levanta la pluma como si fuera una bayoneta de juguete.

—¡A ver, muchá! —grita—. Hoy es día histórico. Vamos a celebrar que no tenemos tanques… ¡pero sí tenemos tanques de gas carísimos! ¡Progre-so!

Doña Mary, que lleva cincuenta años sirviendo casados y treinta y cinco amenazando con jubilarse, pone un plato humeante frente a don Roderico.

—Coma, don Roderico, que hoy el casado viene con extra paz mundial. Le puse doble huevo para que no extrañe los misiles.

Don Roderico, que fue soldado raso en 1964 cuando todavía había reclutamiento forzoso y desde entonces odia todo lo que suene a uniforme, masculla entre dientes:

—Yo sí extraño el ejército, al menos uno. Así cuando el hijueputa del Uber me cancela la carrera, mando un batallón y listo.

Entra don Filemón, el taxista pirata, con la camisa abierta hasta el ombligo y la misma historia de siempre.

—¡Buenas! Yo una vez llevé a Laura Chinchilla al aeropuerto el día que abolieron el ejército otra vez. Ella me dijo: “Filemón, maneje despacio, que hoy no hay prisa, total no hay nadie que nos invada”. ¡Palabra de honor!

El Chiquitico lo mira con cara de “esa ya la contaste 412 veces, pero igual te sigo la cuerda”.

—Filemón, si abolimos el ejército, ¿quién va a invadirnos? ¿Los nicaragüenses en lancha por el Tempisque?

—Peor —dice Filemón bajando la voz—. Los vecinos de Escazú con sus camionetonas blindadas. Esos sí tienen armamento pesado: tarjetas black ilimitadas.

En ese momento entra don Beto, el verdulero, con una caja de ayotes que parecen granadas de mortero.

—¡Oferte ayotes, dos mil colones el saco! ¡Aprovechen que sin ejército nadie los va a requisar!

Doña Mary le grita desde la cocina:

—¡Beto, quite esa caja de la puerta que parece que estamos en estado de sitio! ¡Y lávelos, que ayer encontré uno con más tierra que el Parque Nacional!

Don Chalo sube el volumen de la tele. El presidente está dando discurso en el Museo Nacional:

—Hoy reafirmamos que Costa Rica es un país de paz… —dice el mandatario.

Don Roderico eructa sonoramente.

—Paz… claro. Paz para que me roben el celular en el bus y la policía llegue dos horas después porque andan buscando el carro patrulla que se lo robaron a ellos.

El Chiquitico levanta su cerveza como si fuera una copa de champaña.

—¡Brindemos, muchá! ¡Por setenta y siete años sin generales, sin tanques, sin desfiles… y con desfiles de impuestos cada fin de mes!

Todos chocan botellas. Don Filemón aprovecha para contar otra vez que una vez llevó a Óscar Arias en su taxi y que el Nobel le dejó cien colones de propina “porque la paz no da para más”.

Doña Mary trae otro casado y lo planta frente al Chiquitico.

—Coma, cronista, que hoy el casado lleva arroz de la paz, picadillo de la concordia y platanito maduro de la no violencia. Pero igual le puse chile panameño, por si acaso.

El Chiquitico anota en la servilleta:

“Título del día: ‘Costa Rica: 77 años sin ejército y con el mismo tráfico de siempre. Ni un tanque que mueva esto, carajo’.”

Don Chalo suspira, mira la calle vacía porque es feriado y nadie trabaja, y murmura para sí mismo:

—Setenta y siete años sin ejército… y todavía no hemos podido abolir la fila del Banco Nacional.

En la tele, Figueres Ferrer sigue rompiendo la espada en cámara lenta. En el Bar La Sele, nadie lo mira ya. Todos están discutiendo si el casado de doña Mary lleva o no lleva huevo duro.

Y así, entre imperiales tibias y titulares de servilleta, Alajuelita celebra la paz más larga del mundo: la que se vive con resaca, sin balas… pero con mucha, muchísima boca.