Por Franco Cerutti

### El Caso BCR-SAFI llega al Bar La Sele

Era viernes, seis y cuarto de la tarde, y en el Bar La Sele de Alajuelita ya se había formado la tertulia de siempre. El televisor, que lleva desde el Mundial del 90 con la misma imagen congelada de Medford corriendo, parpadeaba como si tuviera Parkinson. Doña Mary limpiaba la mesa número tres con un trapo que, según ella, “todavía huele a casado del 2008”.

Don Chalo, detrás de la barra, miraba la noticia en el celular con la misma cara que pone cuando le piden cuenta de fiado:

—Miren, muchá… allanaron el BCR. La Fiscalía Anticorrupción. Entraron como si fueran a cobrarle el marchamo al diablo.

Don Pepito “El Chiquitico”, cronista oficial y único periodista que escribe sus crónicas en servilletas de papel, soltó el lapicero que siempre lleva detrás de la oreja (aunque nunca ha tenido oreja visible):

—¡Atención, Alajuelita entera! ¡Título de portada! “Allanamiento histórico: encontraron una impresora que sí funciona en el BCR”. ¡Exclusiva mundial!

Don Roderico, que estaba jugando solitario con una baraja que le falta el ocho de espadas desde la administración Arias Sánchez, levantó la vista:

—¿Y qué robaron, Chalo? ¿Los calendarios del 2023 que todavía reparten?

—Peor, Roderico. Dicen que hay un SAFI metido en el lío. Una Sociedad Administradora de Fondos de Inversión. Suena a que administran fondos para invertir en sociedades que administren fondos, ¿me entienden? Es como un tamal dentro de otro tamal dentro de otro tamal.

Doña Mary, sin dejar de mover la olla de frijoles molidos que parece tener vida propia, soltó la frase del día:

—Pues si administran fondos, que me administren el fondo de la olla, que ya no alcanza ni pa’ los huesos del chicharron.

En eso entró Don Filemón, el taxista pirata, con la camisa más sudada que jugador de Saprissa en final:

—¡Yo sabía! ¡Yo sabía! Hace años llevé a un gerente del BCR al aeropuerto. Me dijo: “Filemón, maneje despacio que voy contando los millones”. Yo pensé que era broma, pero el hombre iba contando en voz alta: un millón, dos millones… llegó hasta treinta y cuatro y se durmió. Lo dejé en migración con la maleta abierta y los billetes volando. ¡Seguro era de esos!

El Chiquitico ya garabateaba furiosamente en la servilleta:

—“Taxista pirata confiesa: ‘Los millones volaron, literal’. Subtítulo: Laura Chinchilla no opina porque estaba en el otro vuelo”.

De repente se abrió la puerta y entró Don Beto, el vecino que siempre llega con noticias que nadie pidió:

—Muchá, acaban de allanar también la casa del exgerente. Encontraron una piscina llena de colones de los antiguos, de esos plateaditos. Dice que era “reserva estratégica decorativa”.

Don Roderico soltó la carta ganadora (el tres de trébol que siempre guarda en la media):

—O sea que mientras nosotros pagamos el marchamo con Transfer Sinpe a las 11:59 pm del 31 de diciembre, ellos nadaban en monedas como el Tío Rico McPato. ¡Qué país más serio, carajo!

Doña Mary, que ya había servido su casado número 4.567.890 de la semana, sentenció:

—Miren, yo lo único que sé es que si la Fiscalía viene para acá, que traigan orden de allanamiento firmada por triplicado, porque aquí el único fondo de inversión que existe es el fondo de la olla, y ese nadie me lo toca.

Don Chalo apagó el televisor (que igual seguía mostrando a Medford corriendo eternamente) y levantó la cerveza:

—Brindemos, muchá. Por los allanamientos, por los SAFI, por los millones que vuelan… y porque mañana, a esta misma hora, aquí estaremos otra vez, sin un cinco pero con casado.

Y todos alzaron sus imperiales, menos Don Filemón, que seguía contando en voz alta:

—…treinta y cinco millones, treinta y seis millones…

En Alajuelita, la corrupción puede ser noticia nacional, pero en el Bar La Sele, lo importante es que Doña Mary nunca deje de revolver la olla.