Por Franco Cerutti

¡La hilarante y asombrosa historia de Lázaro y su amigo humilde!
En un pequeño pueblo, muy lejano de los reflectores y las luces de la gran ciudad, vivía un hombre llamado Lázaro. Lázaro era conocido en todo el lugar por su increíble habilidad para levantarse de la cama cada mañana y comenzar a caminar. ¡Vaya milagro! Sus vecinos estaban perplejos y no podían entender cómo era posible que alguien pudiera realizar semejante hazaña.
Un buen día, un amigo de Lázaro, al escuchar sobre su proeza matutina, decidió que también era hora de revelar su habilidad oculta al mundo. Así que se acercó a Lázaro y le dijo con una sonrisa burlona en su rostro: «Quería decirte, Lázaro, que yo también me levanto de la cama por la mañana y empiezo a caminar, ¡pero lo hago con humildad! No clamo por milagros, ¿sabes?».
Lázaro, algo confundido, miró a su amigo y respondió con un tono divertido: «Ah, querido amigo, qué gran logro es caminar cada mañana, ¿verdad? ¡Somos dos prodigios! Pero déjame decirte algo, mientras caminas con humildad, yo camino con orgullo. Sí, sí, como si llevara una corona invisible en mi cabeza y fuera el rey de este pequeño reino».
El amigo, no dispuesto a dejar que Lázaro se llevara todo el protagonismo, contraatacó rápidamente: «Pero Lázaro, ¿qué hay de la modestia? ¿No crees que deberíamos ser humildes en nuestras acciones?». Lázaro, con una risa contagiosa, replicó: «Mi querido compañero, ser modesto es para los débiles. Yo camino por estas calles como si fueran pasarelas, saludando a todos con un gesto majestuoso. ¡No necesito clamar por milagros cuando cada paso que doy es un milagro en sí mismo!».
La conversación entre estos dos personajes continuó durante horas, con cada uno tratando de superar al otro en términos de humildad y orgullo. Los vecinos del pueblo, que los escuchaban desde la distancia, no podían evitar reírse a carcajadas ante la absurda discusión.
Finalmente, Lázaro y su amigo se dieron cuenta de lo ridículo que había sido todo el debate. Se abrazaron y, entre risas, reconocieron que lo importante no era quién era más humilde o quién caminaba con más orgullo, sino el hecho de que ambos podían levantarse de la cama cada mañana y disfrutar de la vida.
Así que, queridos lectores, la moraleja de esta historia es que no importa si caminas con humildad o con orgullo, lo esencial es que sigas adelante y disfrutes cada paso de tu vida. Y, por supuesto, no te tomes demasiado en serio a ti mismo, ¡porque al final del día todos somos protagonistas de nuestras propias comedias!