Por Franco Cerutti

En el mundo frenético de hoy, donde todo parece moverse a la velocidad de la luz y cada segundo cuenta, existe una tarea heroica que desafía a los más valientes: ¡cruzar una calle a pie! Ah, sí, queridos amigos peatones, este simple acto se ha convertido en una auténtica odisea moderna, una experiencia que mezcla el peligro, la paciencia y un poco de humor.
Para empezar, hay que hablar de las luces de los semáforos. Esos pequeños diablillos luminosos que nos dictan cuándo avanzar y cuándo detenernos. Siempre nos hacen esperar eternidades, jugando con nuestra paciencia como si fueran traviesos duendecillos. Justo cuando piensas que ha llegado tu momento de cruzar, ¡cambia a rojo! ¿Cómo es posible que siempre nos toque el semáforo más lento del planeta?
Y cuando finalmente el semáforo se pone en verde, ¡surge un nuevo desafío! Los conductores, esas criaturas al volante, que parecen tener una habilidad innata para acelerar justo en el momento en que te dispones a cruzar. Siempre hay uno que quiere poner a prueba tus reflejos y ver si eres capaz de esquivarlo como si fueras Neo en «Matrix». ¡Es el juego del gato y el ratón en su máxima expresión!
Pero eso no es todo. En ocasiones, cuando te decides a cruzar, te encuentras con una multitud de obstáculos: bicicletas eléctricas zumbando a toda velocidad, scooters voladores pasando por encima de ti y personas distraídas caminando con la mirada pegada a sus teléfonos. ¡Es como adentrarse en una selva llena de animales salvajes en plena migración!
Y qué decir de las intersecciones sin señales de tráfico. Ahí es donde se pone a prueba tu capacidad de lectura de mentes. ¿Quién tiene la intención de avanzar y quién te dará paso? Es como un juego de póker psíquico donde intentas descifrar las intenciones de los demás mientras evitas el temido baile incómodo de «tú avanzas, yo avanzo, tú retrocedes, yo retrocedo».
Y aunque parezca mentira, hay ocasiones en las que los conductores amables deciden cederte el paso. Pero claro, cuando te das cuenta de su noble gesto, ya has iniciado la marcha hacia la otra acera y te encuentras en ese punto de no retorno. Entonces, decides acelerar el paso para no hacerles esperar demasiado y terminas cruzando la calle en una especie de sprint olímpico improvisado. ¡Es el triunfo de la velocidad sobre la cortesía!
Así que ahí lo tienen, amigos míos, cruzar una calle a pie se ha convertido en una aventura épica en nuestra vida cotidiana. Es un desafío digno de los más valientes, una combinación de agilidad, paciencia y una pizca de humor para sobrevivir a las trampas y obstáculos que nos esperan en cada esquina. ¡Así que adelante, peatones intrépidos, y conquisten el asfalto con una sonrisa en el rostro y una zancada decidida!