Por Franco Cerutti
### En el Bar La Sele: ¡Tráfico Infernal, el Segundo Mejor del Mundo! (O Algo Así)
En el Bar La Sele de Alajuelita, donde el tiempo se estira como un chicle pegado en el asfalto de la Ruta 27, la tarde caía como un presagio de tormenta. Don Chalo, el dueño, limpiaba el mostrador con un trapo que había visto más guerras que el Monumento Nacional, mientras Doña Mary, su esposa eterna, servía casados con la precisión de un reloj suizo que se atrasa solo para joder. Llevaba cincuenta años sirviendo esos platos, y juraba que cada casado era un matrimonio arreglado entre arroz, carne y frijoles, bendecido por el mismísimo Dios del colesterol.
Don Pepito, “El Chiquitico”, cronista oficial del bar –un título que se inventó él mismo después de leer un periódico viejo–, entró tambaleándose con un ejemplar arrugado de La Nación bajo el brazo. “¡Atención, compas!”, gritó, subiéndose a una silla que crujió como si estuviera a punto de declararse en huelga. “¡Costa Rica es el segundo país con el peor tráfico del mundo! ¡Segundo! ¡No el primero, eh! Eso significa que somos casi los mejores en ser los peores. ¡Un estudio global lo dice! Congestionamiento crónico en la GAM, afecta productividad y salud. ¡Expertos piden inversión en transporte público! ¿Qué les parece?”
Don Roderico, cliente fijo que siempre ocupaba la esquina como si fuera su trono personal, levantó la vista de su cerveza tibia. “¿Segundo? ¡Pura mierda! Si fuéramos primeros, al menos tendríamos un trofeo. Imagínense: ‘Premio al Tráfico Más Lento del Planeta’. Lo pondríamos en la rotonda de Plaza América, y todos los carros lo rodearían por horas, admirándolo. Pero segundo… eso es como llegar de vicecampeón en una carrera de tortugas.”
Doña Mary soltó una risa que sonó como un motor gripado. “Ay, Roderico, vos siempre con tus filosofías. Yo digo que el tráfico es como mis casados: todo el mundo se queja, pero siguen viniendo por más. ¿Inversión en transporte público? ¡Ja! Si ni siquiera invierten en servilletas nuevas aquí. Chalo, ¿cuándo vas a comprar un bus para llevar a estos borrachos a casa?”
Don Chalo, detrás del mostrador, gruñó sin dejar de limpiar. “Mary, mi amor, si compro un bus, lo conduzco yo mismo y los tiro a todos en el río Virilla. ¡Tráfico! ¿Qué tráfico? En Alajuelita, el tráfico es poético. Mirá: un carro avanza un metro, para, medita sobre la vida, avanza otro metro. Es zen, carajo. Zen con claxon.”
Justo entonces, entró Don Filemón, el taxista pirata, con su sombrero ladeado y una historia nueva en la lengua. “¡Yo les digo la verdad! Yo llevé a Laura Chinchilla al aeropuerto una vez, y el tráfico era tan malo que llegamos a tiempo… ¡para el vuelo del día siguiente! Segundo peor del mundo, ¿eh? Pura envidia. En India son primeros porque tienen vacas sagradas en la carretera. Aquí tenemos vacas no sagradas, como los taxistas formales que me miran mal. ¿Expertos piden inversión? ¡Invierte en mi taxi, Pepito! Te llevo a San José en solo tres horas, con paradas para café y chismes.”
Un personaje secundario, el Tico Loco –un vecino que aparecía solo cuando olía a controversia, con una camiseta de la Sele manchada de café–, se unió al coro desde una mesa del fondo. “¡Nonsense total! Si somos segundos, hagamos una competencia para ser primeros. Pongamos más rotondas, más semáforos que cambien de color al azar, y elefantes en la autopista. ¿Elefantes? ¿Por qué no? En Tailandia tienen, y mirá lo bien que les va. Afecta productividad, dice el estudio. ¡Claro! Yo soy productivo: en el tráfico, resuelvo crucigramas, compongo canciones y planeo la revolución. Salud mental, ¿eh? El tráfico me hace loco, pero loco feliz.”
Don Pepito, aún sobre la silla, agitaba el periódico como una bandera de rendición. “¡Escuchen, escuchen! El estudio dice que afecta la salud. ¿Salud? ¡El tráfico es ejercicio! Bajar la ventana, gritarle al de al lado, sudar como en sauna. Y productividad: en el carro, la gente trabaja. Llamadas, emails, hasta cirugías plásticas se hacen, ¿no? ¡Expertos! ¿Qué saben ellos? Si vivieran en Alajuelita, entenderían que el tráfico es como el amor: lento, frustrante, pero al final llegás… a algún lado.”
Doña Mary sirvió otro casado a Don Roderico, quien lo miró con sospecha. “Mary, este casado parece atascado, como el tráfico. ¿Es una metáfora?” Ella le guiñó un ojo: “Todo en la vida es una metáfora, mi rey. Come, que el mundo no se acaba por ser segundo en nada.”
Y así, en el Bar La Sele, la noticia del tráfico se convirtió en una epopeya nonsense, donde el segundo lugar era un triunfo disfrazado de derrota. Fuera, en la calle, un carro pitaba impaciente, pero adentro, el tiempo seguía estirándose, como un chicle eterno en el asfalto del absurdo costarricense. ¡Pura vida, o pura cola, que es lo mismo!

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