Por Franco Cerutti
### El Festival de la Luz da vueltas en círculos: crónica desde el Bar La Sele
En el Bar La Sele de Alajuelita, ese templo sagrado donde el tiempo se mide en imperiales vacías y los partidos de la Liga se ganan siempre en la mesa del fondo, la televisión colgaba torcida como siempre, transmitiendo el Festival de la Luz 2025. Pero este año, algo raro pasaba: las carrozas no avanzaban en línea recta como Dios manda, sino que daban vueltas alrededor de La Sabana, como si fueran un carrusel de feria manejado por un borracho.
Don Chalo, el dueño, limpiaba el mostrador con un trapo que había visto mejores épocas, y murmuraba:
—Esto ya no es un desfile, Mary, esto es un tiovivo para bancos. Las carrozas giran y giran, y al final vuelven al mismo sitio. Igual que los clientes que piden fiado.
Doña Mary, que llevaba cincuenta años sirviendo casados sin quejarse (aunque todos sabían que se quejaba en silencio cada vez que alguien pedía extra salsa), colocó un plato humeante frente a Don Roderico.
—Pues a mí me parece bonito, Chalo. Al menos nadie espera tres horas para ver algo. Antes, uno se quedaba parado como poste y al final pasaba una carroza del BAC que parecía un cajero automático con luces de Navidad.
Don Roderico, cliente fijo desde que inventaron el guaro Cacique, miró la pantalla con los ojos entrecerrados.
—Miren esa del Banco Nacional. Parece un osito de peluche gigante que se comió demasiados tamales. Y la del BCR… ¿eso es un reno o un burro con bombillos pegados? Yo digo que los bancos participan para lavarse la cara. «Miren, somos buenos, iluminamos la Navidad mientras les cobramos intereses del 30%».
Entra Don Filemón, el taxista pirata, con su gorra ladeada y oliendo a carrera larga.
—¡Buenas, gente! Vengo directo de La Sabana. Llevé a un tipo que decía ser mariscal del festival. Un niño chiquito, Bradley se llama, con el otro mariscal que es la Junta de Protección Social. Imagínense, una institución como mariscal. Yo le dije al taxímetro: «Esto es Costa Rica, aquí hasta las instituciones desfilan».
Don Pepito, «El Chiquitico», cronista oficial del Bar La Sele (cargo que se inventó él mismo después de la tercera cerveza), se subió a una silla como si fuera un púlpito.
—Señores, tomen nota para la crónica histórica: Año 2025, el Festival de la Luz se convierte en carrusel eterno. Las bandas tocan, las carrozas giran, y de repente… ¡mil drones en el cielo! Mil, dije. Parecían mosquitos fluorescentes formando una aurora boreal. Pero aquí en Alajuelita no vimos nada, porque la señal de Teletica se pixelea cada vez que pasa un bus.
Aparece Don Tico, un secundario nuevo que nadie invitó pero que siempre llega con chismes, un vecino que vende lotería ilegal.
—Yo estuve allá, cerca del Estadio Nacional. Había mercaditos navideños, comida, todo. Pero lo mejor fue cuando una banda de Orotina pasó tocando «Caballo Viejo» con trompetas. El caballo de la carroza de Kolbi se asustó y casi se sale del carrusel. ¡Imagínense el caos si las carrozas chocan! Sería como Circunvalación un viernes.
Doña Mary soltó una risa rara, de las que suenan a cincuenta años de casados servidos.
—Y la ley seca alrededor de La Sabana… ¡Ja! Por eso estamos llenos aquí. La gente vino huyendo de la sed oficial.
Don Chalo sirvió otra ronda.
—Al final, da igual si gira o va recto. La Navidad es lo mismo: luces, ruido, y al otro día resaca. Pero este año, con tanto giro, al menos nadie se marea de esperar.
Don Roderico levantó su imperial.
—Brindemos por el carrusel eterno. ¡Que giren las carrozas, que giren los bancos, y que nosotros sigamos aquí, quieticos, viendo cómo el mundo da vueltas sin moverse del bar!
Y así, en el Bar La Sele, el Festival de la Luz 2025 pasó dando vueltas en la tele, mientras la vida real seguía en línea recta: un casado, una cerveza, y la certeza de que mañana todo vuelve a ser igual.

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