Por Franco Cerutti

Bar La Sele, Alajuelita, 2 de diciembre de 2025, 11:17 de la mañana.
El ventilador de techo gira como si estuviera cansado de la vida misma y hubiera decidido suicidarse en cámara lenta. En la tele, Teletica repite por décima vez que el dólar está en ¢493,47, el nivel más bajo desde que Colón descubrió que aquí no había oro sino mosquitos.

Don Chalo, detrás de la barra, limpia un vaso que ya está más limpio que el alma de un recién bautizado.

—¡Óigame, doña Mary! —grita hacia la cocina—. ¡Traiga otro casado sin arroz, que don Roderico dice que el arroz engorda y el dólar no!

Doña Mary asoma la cabeza, con el cucharon en alto como si fuera la espada Excalibur:

—¿Y qué quiere que le ponga, pues? ¿Aire acondicionado?

En la mesa del fondo, Don Pepito “El Chiquitico”, cronista oficial del bar y único periodista que escribe sus crónicas en servilletas de papel, levanta la mano temblorosa:

—¡Noticia histórica, señores! ¡El dólar cayó tanto que ya cabe en el bolsillo de un pantalón talla 28! ¡Yo mismo lo vi! Bueno… lo escuché en la radio Monumental mientras esperaba el bus 9.

Don Roderico, que lleva la misma camisa de la final del 91 (la que tiene el escudo de la Liga bordado con hilo dental), se agarra la cabeza:

—¡Ay, Chiquitico, no jodás! ¿Y ahora qué vamos a hacer los que tenemos deudas en dólares? ¿Pagarlas con colones chiquititos? ¿Con monedas de a cien que suenan como maracas?

Entra don Filemón, el taxista pirata, sudando como si hubiera traído a Laura Chinchilla al aeropuerto otra vez:

—¡Pura vida, muchá! ¡Traje a una gringa que pagó el viaje en dólares y le di vuelto en colones! ¡La mujer se fue feliz pensando que le regalé plata! ¡Soy un genio del capitalismo solidario!

Don Chalo suspira y le sirve un fresco de tapa dulce que parece más agua sucia que otra cosa.

—Filemón, vos sos el único que gana con esta vaina. El resto estamos que nos lleva la gran puta recesión disfrazada de fortaleza cambiaria.

El Chiquitico se para encima de una silla, como siempre que va a dar un discurso en la ONU:

—¡Escuchen, escuchen! ¡Esto es el fin del imperialismo yanqui en Alajuelita! ¡Ya no más “gimme five dollars”! ¡Ahora será “deme dos mil quinientos colones y no me mire feo”!

Doña Mary sale con un plato de arroz con pollo que parece haber perdido una guerra:

—Pepito, bájese de ahí antes de que se rompa la crisma. Y usted, Roderico, deje de quejarse. Cuando el dólar estaba a ochocientos, usted decía que todo lo contrario.

—Claro, doña Mary, porque uno siempre está en contra del dólar. Es como estar en contra del árbitro: da igual cómo pite, siempre está malo.

En ese momento entra don Chepe “El Bitcoinero”, un vecino que compró criptomonedas en 2021 y todavía espera que vuelva a un millón:

—¿Escucharon? ¡El colón está más fuerte que mi matrimonio! ¡Y eso que yo me casé por la iglesia!

Todos se ríen. Menos don Filemón, que está calculando mentalmente cuánto le va a cobrar al próximo turista despistado.

El Chiquitico vuelve a alzar la servilleta donde está escribiendo su crónica:

—Título de mañana: “Dólar cae tanto que ya pide limosna en el semáforo de la Coca-Cola”. Subtítulo: “Entrevista exclusiva con un billete de a quien nadie pela”.

Don Roderico pide otra cerveza y suspira:

—Al final, lo único que sigue subiendo es la cuenta del bar.

Don Chalo sonríe por primera vez en todo el día:

—Y así debe ser, don Rode. Porque mientras el dólar baje… aquí el Imperial se mantiene firme. Como buen costarricense.

Todos brindan. El ventilador sigue girando. Afuera, un bus pasa echando humo negro. Adentro, el casado de doña Mary sigue siendo el mismo de siempre.

Y el dólar, allá lejos, en las pantallas del Banco Central, sigue cayendo.

Pero aquí, en el Bar La Sele, nadie lo extraña.