Voy al banco, ¿Cuál banco? Cualquiera, no hace diferencia.
No me interrumpan. Entonces, estaba diciendo: voy al banco para depositar un dinero en una cuenta. Treinta mil Colones. Tres billetes de diez mil.
“Quiero depositar este dinero en tal cuenta” le digo al cajero.
El ritual:
El cajero toma los tres billetes de diez mil, los cuenta tres veces “Uno, dos, tres. Uno, dos, tres. Uno, dos tres.” Luego con una calculadora que tiene en la ventanilla cerca de la computadora digita tres, multiplica por diez mil, mira con sospecha el resultado, cuenta otras dos veces los billetes “Uno, dos, tres. Uno, dos, tres.”, vuelve a mirar el resultado en la calculadora, pone los tres billetes de diez mil en la contadora de billetes por lo menos dos veces, ve el numero “3” que indica la contadora, compara de nuevo con el resultado de la calculadora y en este momento le resta al resultado de la calculadora treinta mil y obtiene un, según su expresión en la cara, gratificante cero como resultado.
Me mira y me pregunta cuanto estoy depositando.
Yo, de propósito, le contesto “cuarenta mil”.
Una luz de pánico se enciende en su cara.
Me mira, mira los tres billetes, revisa las cuentas de la calculadora, echa un vistazo a la contadora de billetes en la cual sigue encendido el número “3”. Cuenta una vez más los tres billetes, me mira y me dice que son treinta mil lo que le di.
Yo digo: “entonces deposito treinta mil”.
Y es en aquel preciso momento que cualquier cajero se resetea y reinicia “el ritual”.
Me pregunto ¿cuáles son los requisitos que los bancos les piden a sus cajeros para poder ocupar el puesto? ¿Será un cero en matemática?
Pero no me enojo, me siento, observo y sonrío.